cuarto y último día del Festival de la Joven Dramaturgia. Para ser el último día de la programación, no pareció para nada un final. Sí, hubo cierto alo de relajación, pero al mismo tiempo una advertencia muy clara “vivas nos queremos”. Las presentación corrieron a cargo de Teatro desde la grieta y la compañía Cromagnon.
Audiomapa sonoridades de Aliento: Sesiones de escucha de Hebzoariba H. Gómez.
Este mapa textual fue un recorrido por creaciones audiovisuales, a las que este grupo de mujeres jóvenes invocaron durante la pandemia. Invocar del latín invocare “apelar a un poder superior para que le ayude”.
Lo cierto es que fue una función de escucha atenta, una concentración que viene de la relajación, sin exigir al cuerpo una postura de atención, más bien llevándolo a una comodidad extrema, tanto que la única indicación “cerrar los ojos” me fue imposible, por lo menos si no quería dormirme. Gracias a esta rebeldía pude quedar en conciencia con la energía que desde un principio se nos encargó para los cuarzos que nos entregaron al principio y así terminar creando un amuleto herbario al final.
Para no alargarme de más, esta presentación fue exclusiva para mujeres, echo por nosotras para nuestra propia sanación de esa yayá histórica.
Quemar los campos de Ingrid Bravo
Hay en Quemar los campos un sentimiento que no me es nuevo, pero que hasta hoy, en estos ecos de la FJD he descubierto como nombrar. Gracias a “alma de niño” de Hesse hoy me atrevo a saber nombrar la rebeldía y la infancia, que en esta sociedad patriarcal, machista y capitalista están impresos dentro de toda la cultura de la mujer, la feminidad, lo femenino, el feminismo, es el lugar de exilio de las infancias y la rebeldía.
No quiero decir que en Quemar los campos se trate de una rebeldía que no se encuentre en nosotras. Pero la rebeldía de la que habla hesse, esa infantilidad que es la culpable de su sentir encontrado, de sus travesuras es un poco la feminidad que hace ruido arriba del escenario. Estoy queriendo decir que a mi que se exponga el caso de Diana Velázquez Florencio adentro del escenario, me parece una gran travesura. Y el espectador es el compañero padre-madre, que a fin de cuentas reprende lo que está expectando…
aunque también puedo tener esa otra visión, en la que somos cómplices del hecho; no es sólo que las actrices quieran hacer ruido, es que en las butacas, nosotras necesitábamos ver lo que estaban representando.
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